Han pasado cuarenta y ocho años desde que Norman Rockwell
la inmortalizó en un lienzo. Una vez más el artista plasmó con su
acostumbrada carga de realidad lo que acontecía en la sociedad
norteamericana de la época. Quién iba a decir que la niña de trencitas y
vestido blanco que figura en la obra de Rockewell, El problema con el que todos convivimos, volvería a su escuela, al lugar en el que vivió una experiencia que quedaría marcada en su vida y en la historia de su país.
Tras el fallecimiento de su hermano, la agente de viajes Ruby Bridges asumió la tutoría de sus sobrinas, las niñas empezaron a estudiar en la escuela William Frantz y de un modo inesperado volvieron los recuerdos de aquel traumático primer día de clases que conmocionó todo Nueva Orleans.
Cuando el psiquiatra Robert Coles escribió un libro para niños contando su historia, todos quisieron saber qué es lo que había pasado con esa niña de la pintura y qué había sido de ella.
Era el otoño de 1960, Bridges se preparaba para asistir a su primer día de escuela. Había en el ambiente un extraño sobresalto, mucha gente alrededor de la casa, los vecinos se acercaban nerviosos y llamaron a la puerta unos hombres que se identificaron como federales enviados por el gobierno. Su misión era acompañar la niña a clase. ¿Por qué necesitaba protección una pequeña de seis años? ¿A qué se debía tanta expectación?
Sus padres aceptaron el ofrecimiento de ‘La asociación nacional para el adelanto de la gente de color’. En el Sur de Estados Unidos eran los años de la lucha por los derechos civiles. Esa mañana la ciudad amaneció revolucionada. Era la primera vez que una niña afroamericana asistía a la escuela para blancos William Frantz.
Su llegada provocó gran caos y confusión. La gente le gritaba, escupían a su paso y le tiraban cosas. Una mujer amenazó con envenenar su comida, a partir de entonces Bridges tuvo que llevar el almuerzo desde casa. Todos los maestros, menos la señora Henry que vino desde Boston, se negaron a darle clases. La niña pasó su primer día de escuela en la oficina de dirección, y no precisamente por mal comportamiento.
La insostenible situación impidió que pudieran trasladarla al salón de clases. No podía comer en la cafetería, ni salir al recreo y hasta para ir al baño los mariscales tenían que acompañarla por el pasillo. Durante todo un año la maestra Henry enseñó a Bridges en un salón de clases en el que no había más alumnos, porque los padres de algunos niños decidieron dejar de llevarlos a la escuela.
Bridges recuerda que de todos los ataques que recibió, el que más la asustó fue el de una mujer que se presentó en la escuela con un ataúd: el ataúd llevaba una muñeca negra.
En la actualidad Bridges es madre de cuatro hijos y vive en Nueva Orleans. La que fuera una “niña problema”, hoy es una mujer que busca soluciones. Ruby Bridges Foundation trabaja para promover la igualdad y la justicia social, centrando sus esfuerzos en el desarrollo de la comunidad y en la mejoría de las escuelas locales y nacionales. La fundación diseñó un programa extraescolar que incentiva el entendimiento cultural a través del arte y el servicio comunitario, y colabora en la organización de actividades culturales como El Festival del Libro Infantil de Nueva Orleans.
Uno de los propósitos de Ruby Bridges es hacer de su antigua escuela una escuela modelo, pues tras los desastres ocasionados por el huracán Katrina el plantel quedó devastado. Para Bridges la desigualdad del Sur sigue siendo un problema que ha mejorado solo en algunos aspectos. Por eso insiste en el objetivo de que en la escuela, además de instrucción académica, los niños reciban apoyo emocional y sus padres, orientación en aspectos tan importantes como la salud, la estabilidad familiar e información necesaria para que puedan acceder a ayudas estatales. Dice que con el legado de su historia desea luchar para apartar a las nuevas generaciones del resentimiento y el odio, “para que puedan abrazar sus diferencias raciales y culturales y avanzar”, con el fin de intentar hacer realidad el sueño de Martin Luther King.
Cuando la pequeña Bridges regresó de sus vacaciones de verano, las “cheerleaders”, como se conocía al grupo de madres que la insultaba cada día, ya no estaban. Los recreos dejaron de ser solitarios y ya no era la única niña afroamericana en la escuela. El recién nombrado alcalde de la ciudad se comprometió al mantenimiento del orden. Asignó una vigilancia a cargo de sesenta policías en cada una de las escuelas implicadas en el proceso de integración, que para entonces habían captado la atención de la prensa. El plan de la nueva administración funcionó. La niña que se presentó a clases con una escolta de mariscales había dado el primer paso para que se produjera el cambio.
Aquel acto de valentía desafió las normas sociales de la época y acarreó consecuencias poco favorables para la familia Bridges. El padre fue despedido de su empleo y sus abuelos perdieron sus tierras. Algunas familias blancas continuaron enviado a sus hijos a la escuela William Frantz y Ruby Bridges resistió estoicamente el temporal. A pesar de todas las protestas y ataques, nunca lloró ni se dejó amedrentar por los gritos de la gente que le mostraba desprecio; caminaba erguida, oraba durante todo el camino, como le había aconsejado su madre, y avanzaba con la cabeza alta y el semblante seguro del que nada teme. Después de todo, ella no tenía ningún problema.
visto en: www.yorokobu.es/
Fotos de Pete Souza reproducidas bajo licencia CC.
Tras el fallecimiento de su hermano, la agente de viajes Ruby Bridges asumió la tutoría de sus sobrinas, las niñas empezaron a estudiar en la escuela William Frantz y de un modo inesperado volvieron los recuerdos de aquel traumático primer día de clases que conmocionó todo Nueva Orleans.
Cuando el psiquiatra Robert Coles escribió un libro para niños contando su historia, todos quisieron saber qué es lo que había pasado con esa niña de la pintura y qué había sido de ella.
Era el otoño de 1960, Bridges se preparaba para asistir a su primer día de escuela. Había en el ambiente un extraño sobresalto, mucha gente alrededor de la casa, los vecinos se acercaban nerviosos y llamaron a la puerta unos hombres que se identificaron como federales enviados por el gobierno. Su misión era acompañar la niña a clase. ¿Por qué necesitaba protección una pequeña de seis años? ¿A qué se debía tanta expectación?
Sus padres aceptaron el ofrecimiento de ‘La asociación nacional para el adelanto de la gente de color’. En el Sur de Estados Unidos eran los años de la lucha por los derechos civiles. Esa mañana la ciudad amaneció revolucionada. Era la primera vez que una niña afroamericana asistía a la escuela para blancos William Frantz.
Su llegada provocó gran caos y confusión. La gente le gritaba, escupían a su paso y le tiraban cosas. Una mujer amenazó con envenenar su comida, a partir de entonces Bridges tuvo que llevar el almuerzo desde casa. Todos los maestros, menos la señora Henry que vino desde Boston, se negaron a darle clases. La niña pasó su primer día de escuela en la oficina de dirección, y no precisamente por mal comportamiento.
La insostenible situación impidió que pudieran trasladarla al salón de clases. No podía comer en la cafetería, ni salir al recreo y hasta para ir al baño los mariscales tenían que acompañarla por el pasillo. Durante todo un año la maestra Henry enseñó a Bridges en un salón de clases en el que no había más alumnos, porque los padres de algunos niños decidieron dejar de llevarlos a la escuela.
Bridges recuerda que de todos los ataques que recibió, el que más la asustó fue el de una mujer que se presentó en la escuela con un ataúd: el ataúd llevaba una muñeca negra.
En la actualidad Bridges es madre de cuatro hijos y vive en Nueva Orleans. La que fuera una “niña problema”, hoy es una mujer que busca soluciones. Ruby Bridges Foundation trabaja para promover la igualdad y la justicia social, centrando sus esfuerzos en el desarrollo de la comunidad y en la mejoría de las escuelas locales y nacionales. La fundación diseñó un programa extraescolar que incentiva el entendimiento cultural a través del arte y el servicio comunitario, y colabora en la organización de actividades culturales como El Festival del Libro Infantil de Nueva Orleans.
Uno de los propósitos de Ruby Bridges es hacer de su antigua escuela una escuela modelo, pues tras los desastres ocasionados por el huracán Katrina el plantel quedó devastado. Para Bridges la desigualdad del Sur sigue siendo un problema que ha mejorado solo en algunos aspectos. Por eso insiste en el objetivo de que en la escuela, además de instrucción académica, los niños reciban apoyo emocional y sus padres, orientación en aspectos tan importantes como la salud, la estabilidad familiar e información necesaria para que puedan acceder a ayudas estatales. Dice que con el legado de su historia desea luchar para apartar a las nuevas generaciones del resentimiento y el odio, “para que puedan abrazar sus diferencias raciales y culturales y avanzar”, con el fin de intentar hacer realidad el sueño de Martin Luther King.
Cuando la pequeña Bridges regresó de sus vacaciones de verano, las “cheerleaders”, como se conocía al grupo de madres que la insultaba cada día, ya no estaban. Los recreos dejaron de ser solitarios y ya no era la única niña afroamericana en la escuela. El recién nombrado alcalde de la ciudad se comprometió al mantenimiento del orden. Asignó una vigilancia a cargo de sesenta policías en cada una de las escuelas implicadas en el proceso de integración, que para entonces habían captado la atención de la prensa. El plan de la nueva administración funcionó. La niña que se presentó a clases con una escolta de mariscales había dado el primer paso para que se produjera el cambio.
Aquel acto de valentía desafió las normas sociales de la época y acarreó consecuencias poco favorables para la familia Bridges. El padre fue despedido de su empleo y sus abuelos perdieron sus tierras. Algunas familias blancas continuaron enviado a sus hijos a la escuela William Frantz y Ruby Bridges resistió estoicamente el temporal. A pesar de todas las protestas y ataques, nunca lloró ni se dejó amedrentar por los gritos de la gente que le mostraba desprecio; caminaba erguida, oraba durante todo el camino, como le había aconsejado su madre, y avanzaba con la cabeza alta y el semblante seguro del que nada teme. Después de todo, ella no tenía ningún problema.
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Fotos de Pete Souza reproducidas bajo licencia CC.
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