¿Sabías que la gente se tira más ventosidades en los aviones que en tierra
debido a los cambios en el volumen de los gases intestinales como
resultado de la alteración de la presión en la cabina? Lo dice un equipo
de gastroenterólogos daneses y británicos que ha elaborado un
documento científico sobre la flatulencia en los aviones después de que
uno de ellos, Jacob Rosenberg, se inspirara en un eterno vuelo entre
Copenhague y Tokio donde su avión terminó oliendo como el mismísimo
Infierno.
En el estudio, publicado en el New Zealand Medical Journal y titulado “Flatulence on airplanes: just let it go”, dan una serie de claves de por qué, bajo su punto de vista médico, es mejor dejar salir los aires en los aviones, si uno no quiere incluso sufrir peligro de muerte. Pero este hecho, a su vez, está lleno de riesgos e incomodidades para el resto del pasaje
A pesar de que estos gases son una consecuencia invariable de la digestión y la gente la hace unas 10 veces al día, la primera razón que dan es la seguridad. Ya en 2006 se dio un caso de un avión de American Airlines que se vio obligado a aterrizar de emergencia en el aeropuerto de Nashville (Tennessee), cuando varios pasajeros del avión, que volaba de Washington a Dallas, comenzaron a sentir olor a fósforos quemados y se desató la alarma, por lo que el piloto decidió aterrizar de urgencia.
El FBI interrogó a una pasajera que reconoció haber encendido unas cerillas para ocultar el hedor de sus flatulencias y que aseguró tener problemas médicos. Esta es, precisamente, la primera conclusión que saca el equipo multidisciplinar anglodanés: insinúan que los pedos de las mujeres huelen peor que los de los hombres; pero que ambos por igual pueden perjudicar el servicio de cabina y, por lo tanto, la calidad del viaje.
Para ello recomiendan a las féminas ejercitar “la zona del anillo pélvico” como un entrenamiento esencial para mantener la capacidad de un gas en el silencio de las interioridades. Pero vuelven a remarcar que no es recomendable guardárselos, pues esto puede causar malestar, distensión abdominal, indigestión y acidez. Los autores llegan incluso a decir que “el estrés de frenar esos gases podría causar aumentar la presión arterial de una persona y reducir la oxigenación de la sangre, lo que podría conducir complicaciones cardiovasculares, como infartos”.
Y es aquí cuando los galenos pasan de la zona de turista a la cabina de mando y avisan que los principales peligros vienen cuando el que se deja ir a su aire es el piloto del avión: “Si el piloto frena su flatulencia, todos los inconvenientes anteriormente mencionados, incluyendo una alta disminución de la concentración, pueden afectar a su capacidad para controlar el avión”, afirman los investigadores.
Pero también dicen que, si se suelta el muerto, “su copiloto puede verse afectado por su olor, lo que a su vez también reduce la seguridad a bordo del vuelo.”
¿Cuáles son entonces las soluciones que aportan los investigadores para esta lacra que pesa sobre los viajes intercontinentales y hasta locales de avión? Pues como no es conveniente frenar el devenir natural del intestino, a regañadientes desechan por “un tanto extrema” la implantación de pantalones de goma con un recipiente adjunto para recoger el gas de los pilotos.
Pero reconocen que introducir filtros de carbón activo en los asientos de pasajeros podría ser una idea muy buena para frenar los efectos de las flatulencias del pasaje. Y van un poco más allá proponiendo pruebas de aliento a los usuarios antes de embarcar, una especie de test de alcoholemia donde se mida el metano presente en el cuerpo para dividir a los pasajeros entre “flatulentos” y “no flatulentos” y así ubicarlos en distintas zonas del avión, con distinta ventilación.
Y de postre, finalizan poniendo sobre la mesa la necesidad de potenciar una reducción drástica de la fibra en los menús que se sirven a bordo, lo que también ayudaría así a “experimentar un vuelo cómodo en armonía con los demás pasajeros”.
Pues va a ser eso…
Fuente: “Flatulence on airplanes: just let it go”. Hans C Pommergaard, Jakob Burcharth, Anders Fischer, William E G Thomas, Jacob Rosenberg. New Zealand Medical Journal
Vía: Herald Sun
Visto en: www.cookingideas.es
En el estudio, publicado en el New Zealand Medical Journal y titulado “Flatulence on airplanes: just let it go”, dan una serie de claves de por qué, bajo su punto de vista médico, es mejor dejar salir los aires en los aviones, si uno no quiere incluso sufrir peligro de muerte. Pero este hecho, a su vez, está lleno de riesgos e incomodidades para el resto del pasaje
A pesar de que estos gases son una consecuencia invariable de la digestión y la gente la hace unas 10 veces al día, la primera razón que dan es la seguridad. Ya en 2006 se dio un caso de un avión de American Airlines que se vio obligado a aterrizar de emergencia en el aeropuerto de Nashville (Tennessee), cuando varios pasajeros del avión, que volaba de Washington a Dallas, comenzaron a sentir olor a fósforos quemados y se desató la alarma, por lo que el piloto decidió aterrizar de urgencia.
El FBI interrogó a una pasajera que reconoció haber encendido unas cerillas para ocultar el hedor de sus flatulencias y que aseguró tener problemas médicos. Esta es, precisamente, la primera conclusión que saca el equipo multidisciplinar anglodanés: insinúan que los pedos de las mujeres huelen peor que los de los hombres; pero que ambos por igual pueden perjudicar el servicio de cabina y, por lo tanto, la calidad del viaje.
Para ello recomiendan a las féminas ejercitar “la zona del anillo pélvico” como un entrenamiento esencial para mantener la capacidad de un gas en el silencio de las interioridades. Pero vuelven a remarcar que no es recomendable guardárselos, pues esto puede causar malestar, distensión abdominal, indigestión y acidez. Los autores llegan incluso a decir que “el estrés de frenar esos gases podría causar aumentar la presión arterial de una persona y reducir la oxigenación de la sangre, lo que podría conducir complicaciones cardiovasculares, como infartos”.
Y es aquí cuando los galenos pasan de la zona de turista a la cabina de mando y avisan que los principales peligros vienen cuando el que se deja ir a su aire es el piloto del avión: “Si el piloto frena su flatulencia, todos los inconvenientes anteriormente mencionados, incluyendo una alta disminución de la concentración, pueden afectar a su capacidad para controlar el avión”, afirman los investigadores.
Pero también dicen que, si se suelta el muerto, “su copiloto puede verse afectado por su olor, lo que a su vez también reduce la seguridad a bordo del vuelo.”
¿Cuáles son entonces las soluciones que aportan los investigadores para esta lacra que pesa sobre los viajes intercontinentales y hasta locales de avión? Pues como no es conveniente frenar el devenir natural del intestino, a regañadientes desechan por “un tanto extrema” la implantación de pantalones de goma con un recipiente adjunto para recoger el gas de los pilotos.
Pero reconocen que introducir filtros de carbón activo en los asientos de pasajeros podría ser una idea muy buena para frenar los efectos de las flatulencias del pasaje. Y van un poco más allá proponiendo pruebas de aliento a los usuarios antes de embarcar, una especie de test de alcoholemia donde se mida el metano presente en el cuerpo para dividir a los pasajeros entre “flatulentos” y “no flatulentos” y así ubicarlos en distintas zonas del avión, con distinta ventilación.
Y de postre, finalizan poniendo sobre la mesa la necesidad de potenciar una reducción drástica de la fibra en los menús que se sirven a bordo, lo que también ayudaría así a “experimentar un vuelo cómodo en armonía con los demás pasajeros”.
Pues va a ser eso…
Fuente: “Flatulence on airplanes: just let it go”. Hans C Pommergaard, Jakob Burcharth, Anders Fischer, William E G Thomas, Jacob Rosenberg. New Zealand Medical Journal
Vía: Herald Sun
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