Cada vez confiamos menos en nuestros semejantes. Si nos preguntaran,
posiblemente diríamos que siempre ponemos nuestros propios intereses por
encima de los de los demás, y que tendemos al egoísmo, a la mentira y a
la corrupción.
No es que creamos en una especie de maldad innata, sino que hemos asumido que, para adaptarnos y sobrevivir en el día a día, es necesario no ser del todo sinceros con los demás.
Personalmente, y aunque la idea no me agrada en absoluto, he de reconocer que por desgracia yo también pienso así.
Sin embargo, quizás la realidad sea algo menos fea de lo que creemos.
La Universidad de Oxford (Reino Unido) y la Universidad de Bonn (Alemania) realizaron entre noviembre de 2010 y febrero de 2011 un estudio conjunto con el que quisieron comprobar en qué grado recurrimos a la mentira si con ello podemos ganar algo de dinero.
El método era sencillo: llamaron al azar a un grupo de personas (para lo que escogieron aleatoriamente varios números del listín telefónico alemán), les pidieron que lanzaran una moneda al aire y les preguntaron qué había salido. Se les explicaba que si la moneda caía de un determinado lado recibirían 15 euros, pero que si caía del lado contrario no recibirían nada.
Si cualquiera de nosotros nos encontramos en esa situación (un desconocido nos llama a casa y nos pide que lancemos una moneda, prometiéndonos dinero si sale por ejemplo cara), lo mínimo que podemos pensar es que es alguien al que le sobra el tiempo y posiblemente también le falte un tornillo. Pero también es cierto que quien accedía a participar no tenía razones para no decir la verdad, más allá por supuesto de ganar el dinero.
No había forma de controlar su sinceridad, y existía un claro incentivo para mentir sin riesgo de ser descubierto.
En total, fueron más de 700 las personas que accedieron a participar. Algo más de la mitad de ellos (el 55,6 %) reconocieron que la moneda había caído del lado no ganador, y que por lo tanto no recibirían nada. El porcentaje es perfectamente compatible con el resultado estadísticamente esperable al lanzar una moneda, ya que se acerca al 50 %. La explicación más plausible, por extraño que nos parezca, es que la gente estaba siendo sincera.
El experimento se repitió con diferentes variaciones más complejas (por ejemplo, pidiendo a los participantes que lanzaran cuatro veces la moneda en vez de una sola, de forma que cada vez que saliera el lado ganador ganarían 5 euros y podrían llegar así a una ganancia de hasta 20 euros), pero en todos los casos el resultado seguía siendo el esperable por azar: la gente decía la verdad.
En esencia, lo que nos indica este estudio es que, por alguna razón, sí tendemos a ser sinceros. Tras la sorpresa inicial y aceptando que no hay trampa, cabe preguntarse por el motivo. Probablemente, la explicación está en que en general la honestidad forma parte esencial de lo que todos entendemos por ser una buena persona.
Desde la infancia, nos han enseñado que lo correcto es decir la verdad y que es bueno poder confiar en los demás. Por lo tanto, y dado que consciente o inconscientemente todos deseamos poseer cualidades positivas en nuestro carácter, el impulso nos lleva a ser sinceros. Nuestra propia auto-imagen y nuestro sentido de identidad propia se ven reforzados si demostramos esa sinceridad.
De modo que el ser humano parece tener una tendencia positiva hacia la honestidad. Me alegra saberlo. Ahora convendría que alguien nos explique qué demonios tiene la política para que esa tendencia se eche a perder.Visto en: vidacotidianitica.blogspot.com.
No es que creamos en una especie de maldad innata, sino que hemos asumido que, para adaptarnos y sobrevivir en el día a día, es necesario no ser del todo sinceros con los demás.
Personalmente, y aunque la idea no me agrada en absoluto, he de reconocer que por desgracia yo también pienso así.
Sin embargo, quizás la realidad sea algo menos fea de lo que creemos.
La Universidad de Oxford (Reino Unido) y la Universidad de Bonn (Alemania) realizaron entre noviembre de 2010 y febrero de 2011 un estudio conjunto con el que quisieron comprobar en qué grado recurrimos a la mentira si con ello podemos ganar algo de dinero.
El método era sencillo: llamaron al azar a un grupo de personas (para lo que escogieron aleatoriamente varios números del listín telefónico alemán), les pidieron que lanzaran una moneda al aire y les preguntaron qué había salido. Se les explicaba que si la moneda caía de un determinado lado recibirían 15 euros, pero que si caía del lado contrario no recibirían nada.
Si cualquiera de nosotros nos encontramos en esa situación (un desconocido nos llama a casa y nos pide que lancemos una moneda, prometiéndonos dinero si sale por ejemplo cara), lo mínimo que podemos pensar es que es alguien al que le sobra el tiempo y posiblemente también le falte un tornillo. Pero también es cierto que quien accedía a participar no tenía razones para no decir la verdad, más allá por supuesto de ganar el dinero.
No había forma de controlar su sinceridad, y existía un claro incentivo para mentir sin riesgo de ser descubierto.
En total, fueron más de 700 las personas que accedieron a participar. Algo más de la mitad de ellos (el 55,6 %) reconocieron que la moneda había caído del lado no ganador, y que por lo tanto no recibirían nada. El porcentaje es perfectamente compatible con el resultado estadísticamente esperable al lanzar una moneda, ya que se acerca al 50 %. La explicación más plausible, por extraño que nos parezca, es que la gente estaba siendo sincera.
El experimento se repitió con diferentes variaciones más complejas (por ejemplo, pidiendo a los participantes que lanzaran cuatro veces la moneda en vez de una sola, de forma que cada vez que saliera el lado ganador ganarían 5 euros y podrían llegar así a una ganancia de hasta 20 euros), pero en todos los casos el resultado seguía siendo el esperable por azar: la gente decía la verdad.
En esencia, lo que nos indica este estudio es que, por alguna razón, sí tendemos a ser sinceros. Tras la sorpresa inicial y aceptando que no hay trampa, cabe preguntarse por el motivo. Probablemente, la explicación está en que en general la honestidad forma parte esencial de lo que todos entendemos por ser una buena persona.
Desde la infancia, nos han enseñado que lo correcto es decir la verdad y que es bueno poder confiar en los demás. Por lo tanto, y dado que consciente o inconscientemente todos deseamos poseer cualidades positivas en nuestro carácter, el impulso nos lleva a ser sinceros. Nuestra propia auto-imagen y nuestro sentido de identidad propia se ven reforzados si demostramos esa sinceridad.
De modo que el ser humano parece tener una tendencia positiva hacia la honestidad. Me alegra saberlo. Ahora convendría que alguien nos explique qué demonios tiene la política para que esa tendencia se eche a perder.Visto en: vidacotidianitica.blogspot.com.
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