Seligman es un pueblo perdido en Arizona, un estado que a la vez está
casi perdido en la inmensidad del sur de Estados Unidos. En Arizona hay
muchos cactus, reservas indígenas, desierto, más desierto y, por una
casualidad tal vez divina, el Gran Cañón. Ese concepto es, seguramente,
rebatible. Pero para efectos prácticos diremos que Seligman es la nada
casi a la mitad de la nada.
Esto no siempre fue así. Antes era una
ciudad pequeña pero populosa por donde pasaba la Ruta 66, esa autopista
mítica por donde lo mismo avanzaron carretas en la Gran Depresión que
fue la inspiración para una canción de Nat King Cole.
Nació en 1926 y fue la gran carretera estadounidense: atravesaba todo
el país, desde Chicago hasta Los Ángeles, y estaba llena de negocios,
restaurantes y estaciones de servicio. Fue llamada La Ruta Madre hasta
que los gobernantes de ese país decidieron cerrarla en los ochenta para
cambiarla por autopistas modernas. Ya no funcionaba y era desechable.
Los
pueblos por los que cruzaba se quedaron sin visitantes y, después, sin
habitantes. Podría escribir mucho más acerca de eso, pero los genios de
Pixar ya sintetizaron todo ese drama en tres minutos de la película Cars.
No vale la pena hablar más al respecto. Lo que sí vale la pena es
hablar del hombre que ayudó a resucitarla. Le llaman ‘El ángel de la
Ruta 66′. No se rompieron mucho la cabeza con el apodo: el hombre se
llama Ángel Delgadillo y fue el encargado de poner a la Ruta 66 —y a
Seligman— de nuevo en los mapas y en los destinos turísticos.
Ángel es un hombre de sonrisa permanente al que le encanta que le
tomen fotos y la atención de los turistas. Ahora tiene una tienda de
souvenirs en Seligman, donde a diario se detienen decenas de personas
con cámaras colgadas del cuello para comprar algún souvenir carísimo (y
hecho en China) y platicar con “el ángel”. Pero antes de tener una pared
tapizada con recortes de notas periodísticas que le han publicado en
todo el mundo, tuvo que pasar por muchos años difíciles.
Nació en 1927 y creció junto a la ruta. Vio, durante la Gran
Depresión, la migración de la gente pobre del Oeste hacia California.
Después, cómo pasaban mercancías y soldados durante la Segunda Guerra
Mundial. La ruta, dice, era su vida. Así que cuando la cerraron, cuando
quedó en el olvido y la gente con la que creció comenzó a irse, decidió
hacer algo al respecto.
Durante 10 años intentó —mediante cartas al Gobierno federal,
estatal, al Congreso, los medios…— que las autoridades le dieran el
estatus de ruta histórica. Mientras eso sucedía muchos sectores de la
Ruta Madre fueron, literalmente, desapareciendo. En 1989, después de
recibir cientos de papeles y cartas, alguien en el Gobierno de Arizona
—uno de los ocho estados por donde pasaba la carretera— entendió que se
estaban perdiendo de un gran negocio y decidieron volverla “Ruta
Histórica”.
Sí, un negocio. La ruta en realidad sigue tan mal trazada como antes y
pocos autos pasan por ella. Pero se pueden ver muchos autobuses llenos
de turistas con pantalones cortos y lentes para sol que paran en
pequeños pueblos que sobreviven de la venta de souvenirs o de la
nostalgia. Después de Arizona, los otros estados también decidieron
volverla un patrimonio del país.
De los pueblos de Arizona, Seligman tiene a Ángel, Kingman un museo
—si se le puede llamar así— de la ruta, Oatman promociona sus “burros
salvajes” y así a lo largo de ciertas partes de la carretera que fueron
reabiertas. Ahora turistas europeos hacen tours donde les rentan
motocicletas Harley Davidson para recorrer la Ruta Madre. Todo es una
enorme tienda de memorabilia, todos sobreviven de los recuerdos.
El discurso que Ángel repite a los turistas define mucho de la ruta y
también de Estados Unidos. Mientras le toman fotos o vende souvenirs,
dice: “Esta es una historia de cómo este país entendió su historia, de
cómo no dejó que muriera, de cómo preservó su pasado”. Los turistas
sonríen y, después, siguen comprando. Cinco minutos después subirán a su
autobús, que los llevará a otro pueblo perdido en un estado casi
perdido donde habrá más cosas que podrán comprar. No los culpo: yo
también compré un cenicero, una botella de soda y una placa con el logo
de la carretera legendaria. También tengo una foto con Ángel.
“Get your kicks on route sixty-six”, decía la canción de Nat King
Cole. Hazlo, recórrela, pero no olvides llevar los dólares suficientes
como para poder comprar un poco de nostalgia.
—
Mael Vallejo es periodista de la Ciudad de México. Su twitter es @maelvallejo.
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