Comparto este excelente post de Yorokobu.es sobre la sociedad gitana.
Un retrato en primera persona de la sociedad gitana alejada de estereotipos sensacionalistas
Pertenezco a la principal minoría étnica de nuestro país, con más de 850.000 personas. Un programa de TV va a tratar de sacarme a la luz. Vale. Me habéis pillado. Lo confieso: yo estoy entre vosotros. Soy gitano. Pertenezco a la principal minoría étnica de nuestro país, con más de 850.000 personas. Y un programa de TV va a tratar de sacarme a la luz. Supongo, por el tono de la publicidad, que con grave riesgo de sus vidas… Veo algunos capítulos del programa. Pero no me reconozco. Debe tratarse de algún fallo. Hablo con otros gitanos de mi entorno por si el error es mío. Parece que no. Ellos tampoco se reconocen.
Bueno… debo admitir que mi pinta tampoco ayuda: 1’90 de estatura, gafapastas tipo nerd, polo Fred Perry, vaqueros pitillos, ‘zapas’ Adidas, más blanco que Drácula… joder, no es que no parezca gitano. ¡Es que casi ni parezco español! Pero… ¿y mis otros familiares y amigos gitanos? ¿Por qué ellos tampoco se reconocen? Está claro que sigue existiendo un desfase entre lo que dicen que somos y lo que percibimos. Entonces ¿qué nos hace diferentes, en 2013, a los españoles de etnia gitana de aquellos que no lo son?
Y quizás viven en tu mismo bloque. Puedes
haber bajado con ellos en el ascensor, tras intercambiar los “buenos
días” de rigor. O haber compartido el mismo vagón de metro. O la sala de
espera del centro médico. Tal vez es la pediatra que atendió a tu hijo.
O la dependienta de la frutería. O el electricista. Quizás es el
funcionario que te atendió en Hacienda. O tu nuevo compañero de trabajo.
O el policía municipal que regula el tráfico. O el camarero que te
sirvió el menú. Los hay altos y bajos. De ojos azules y castaños. Rubios
y morenos. Incluso pelirrojos. Lo único seguro es que te has cruzado
con ellos. Y más veces de las que imaginarías.
Si algo caracteriza al pueblo gitano es su heterogeneidad, así que
solo puedo hablar desde mi experiencia. Soy sevillano. Estoy en la
treintena larga (dejémoslo así…) y soy periodista. Pertenezco a ese
sector de población gitana que se ha dado en llamar –con mayor o menor
fortuna- ‘gitanos invisibles’. Por no obedecer al tópico instalado en el
imaginario gaché* (ya saben… pelo largo, cadenas de oro tipo M.A.
Baracus, ojos negros y piel aceitunada), solemos pasar desapercibidos.
La gente puede cruzarse con nosotros (incluso compartir habitación de
hospital) sin saber que han estado rodeados de gitanos.Pertenezco a la actual ‘clase media’ gitana. Mi generación es la primera en la Historia que ha ido a la Universidad y la que ha dado los primeros licenciados gitanos, en su mayoría mujeres: abogados, médicos, sociólogos, filólogos, periodistas… Nuestros padres trabajaron en profesiones similares a las del resto de los españoles y, al igual que la sociedad española postransición, fueron ascendiendo económicamente al tiempo que lo hacía nuestro país.
Ni yo ni mi familia hemos sufrido jamás el menor episodio que pueda ser considerado racista. Hemos vivido en los mismos barrios que el resto de la población, estudiado en los mismos colegios y jugado en los mismos parques. Mi familia pertenece a ese 40% de gitanos que se declara católico (frente al 60% que actualmente se declara evangelista), aunque luego cada uno viva la religiosidad a su manera (o, simplemente, no la viva). No nos casamos por el rito del pañuelo desde hace más de 100 años, como muchos otros gitanos de la Baja Andalucía.
1’90 de estatura, gafapastas tipo nerd, polo Fred Perry, vaqueros pitillos, ‘zapas’ Adidas y más blanco que Drácula La única Ley Gitana que tenemos es la que emana de la Constitución Española de 1978. Y el único patriarca que hemos conocido es el de la caja de mantecados de Estepa. Como el resto de gitanos españoles, tengo un fuerte sentimiento de pertenencia al lugar donde nací, lo que rompe el mito romántico del nomadismo gitano. Me siento profundamente andaluz y español. A diferencia de los romaníes europeos, no hablamos la lengua gitana desde hace siglos, aunque pervivan entre nosotros muchas palabras de nuestro antiguo idioma que también hemos regalado al castellano.
Me gusta el flamenco (soy purista: Fernanda y Bernarda, Terremoto, Agujetas…) aunque mi banda sonora se nutre principalmente del indie, con fuertes influencias mods, punks y electrónicas. Soy un desastre bailando flamenco aunque, por alguna extraña razón, tengo bastante sentido del ritmo que se traduce en mi manía de sacarle compás por palmas a clásicos del rock’n'roll.
Al igual que el resto de los gitanos españoles, mi familia se extiende más allá de la nuclear, para considerar familiares directos a primos segundos, hijos de primos, tíos abuelos… En este sentido, damos gran importancia a los ‘ritos vitales’ que nos permiten reunirnos: bautizos, comuniones, pedidas, bodas, onomásticas, Semana Santa, Navidad. Guardamos luto por nuestros familiares del mismo modo que se sigue haciendo en Andalucía: con pena y sin estridencias. Incluso con humor, recordando en los velatorios antiguas anécdotas familiares. Jamás he conocido esa ‘pena negra’ desgarrada que enluta a las mujeres de por vida en un manto negro…
Vale, vale… veo algunas manos levantadas. Escucho las primeras protestas: “es que esa realidad que describes no es la de todos los gitanos”, “es que tú eres de un nivel social acomodado”, “es que tú ya no eres gitano” (¡ouch…! esta es, quizás, la queja que más duele).
Mi realidad es tan válida -y tan gitana- como la que hemos visto en decenas de programas sensacionalistas de televisión. En efecto. Esta es mi realidad. Y, me consta, la de cientos de miles de gitanos españoles. Es cierto que no es la realidad de los gitanos que viven en chabolas (menos del 5%). Ni la de ese 18% de gitanos que no saben leer ni escribir. Ni la del 36% de gitanos actualmente en paro (frente al 26% del conjunto nacional). Ni la de las barriadas marginales… Pero es nuestra realidad. Y es tan válida -y tan gitana- como la que hemos visto en decenas de programas sensacionalistas de televisión. Con la diferencia de que a nosotros no nos ponen una cámara delante.
Cada vez que me preguntan qué nos diferencia a los gitanos de los gachés doy la misma respuesta: en lo básico, nada. Pequeños matices, tal vez. Y, en algunos casos, más marcados por las diferencias socioeconómicas que por cualquier otra.
En definitiva, supongo que los gitanos aspiramos a lo que todo el mundo: tratar de vivir decentemente en compañía de nuestros seres queridos y ser medianamente felices. Que no es poco…
*Gaché: en romanó-caló, la antigua lengua de los gitanos españoles, es el plural para nombrar a los individuos no gitanos (gachó, en singular). Preferible a payo, por ser ésta una palabra no gitana.
“Jamás me he sentido rechazada por ser gitana, pero -aunque no se refieran a mí- sí lo siento cuando se habla mal de los gitanos”. -Melodía Fernández
“El hecho de ser gitano no influye especialmente en mi vida. Quizás en lo único que influye es en el arte, en el amor por el arte, creo que los gitanos (no todos) tenemos una especial sensibilidad en este sentido“. – Quentin Gas
“La realidad de mi entorno no entiende de supuestas ‘leyes gitanas’ ni de tradiciones obsoletas que solo llevan al retroceso social y a la desigualdad entre hombres y mujeres“. -Gloria Jiménez
“Es necesario que los padres gitanos inculquen a sus hijos la formación escolar para que no dejen de ir al colegio. De igual modo, es imprescindible que se invierta más en proyectos contra la exclusión social”. -Francisco Suárez
“La sociedad está en evolución constante y el porcentaje de tolerancia se eleva cada día, pero aún queda muchísimo para que las personas dejen de creer que gitano es sólo el que vive en los barrios marginales y se entrega a la delincuencia”. -Juan Jesús Reyes
Agradecimientos: La Importadora Shop & Gallery y Bar La Estraza, de Sevilla.
Fuente: http://www.yorokobu.es
y un vídeo sobre la estudiante expulsada de Francia a Kosovo.
Que podría poner aquí un payo que no lo borráis ??? Si siempre os consideráis unos angelitos discriminados ??
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