Hubo un tiempo en el que los submarinos eran el
terror del mar. Construidos para aprovechar en su favor la inmensidad
del océano utilizando sus aguas para ocultarse, este tipo de buque de
guerra cambió para siempre los conflictos bélicos al permitir que naves
relativamente pequeñas y económicas pusieran en jaque a las más
poderosas flotas y a los tipos de barco más potentes, y caros.
Al fin y al cabo un submarino con apenas un centenar de hombres bien situado y mandado podía enviar (y envió) a pique a un acorazado (o a muchos) tripulado por miles de marineros y que había costado enormes cantidades en dinero y en años de entrenamiento y formación.
Esto, y su característica forma de combatir oculto (al fin y al cabo, la primera nave de guerra ‘stealth’) lo convirtieron en el arma favorita de los estados débiles que querían dejar de serlo, y en poco más que un juguete de piratas para los estados fuertes que querían seguirlo siendo. Pero ¿qué ocurre cuando estas sofisticadas armas de guerra pasan a estar en manos de entidades no estatales? ¿Qué pasa si la guerra submarina se privatiza?
En la Primera Guerra Mundial Alemania amenazó con estrangular al Reino Unido con su uso; en la Segunda casi lo consiguió, aunque quien empleó con mayor acierto el arma submarina fuese EE UU, que eliminó a la flota mercante japonesa y dejó aquel país sin suministros. Durante la Guerra Fría los submarinos se convirtieron en las reinas del tablero de ajedrez mundial; los SSBNs eran el as en la manga, la garantía de que un ataque repentino del otro bando sería aterradoramente vengado, la máquina del fin del mundo que aseguraba la paz. Hoy están entre los barcos de guerra más caros y sofisticados, y sólo un puñado de países pueden permitirse flotas submarinas verdaderamente operativas.
Por todo lo cual resulta más sorprendente que la costa Pacífica de las Américas, el Caribe y cada vez más el Atlántico Norte estén viviendo una nueva guerra submarina. Solo que esta vez el enemigo no son estados, sino organizaciones criminales. La más sofisticada tecnología bélica, antes únicamente al alcance de los más poderosos países, ahora está en manos privadas.
Desde mediados de la última década del siglo XX cada año los Guardacostas de los EE UU y las marinas de guerra de Colombia y México interceptan cada año decenas de vehículos submarinos y semisumergibles en aguas del Pacífico, en las rutas que conectan las selvas colombianas con los atractivos mercados de cocaína de los EE UU. Pero eso no es lo peor: según estimaciones oficiales estadounidenses se interceptan menos de una décima parte de las naves detectadas, por falta de barcos que procedan a la captura. Lo cual supone que hoy centenares de sumergibles hacen esa ruta, cargados por término medio (en los ejemplos capturados) con alrededor de 6-7 toneladas de cocaína cada uno, aparentemente el punto óptimo de coste/beneficio teniendo el cuenta el riesgo de abordaje. Que la mayor parte de las veces conlleva la pérdida de la carga completa, puesto que los tripulantes hunden el navío (y con él, las pruebas de su delito).
Si comparamos por números, la flota submarina de los cárteles del narcotráfico gana por goleada a cualquiera de las demás: los EE UU tienen alrededor de 70 submarinos operativos (nucleares todos ellos); Rusia, alrededor de 65, de los cuales sólo 40 están operativos (24 nucleares), y China, unos 70 (18 nucleares). Aunque los submarinos de los narcotraficantes tienen prestaciones muy inferiores a las de los buques de guerra más simples, su tarea también es mucho más sencilla. Y deben estar funcionando tan bien que su zona de actuación se está extendiendo: el Caribe está repleto. Y ya ha habido al menos intentos de hacer cruces transatlánticos, con destino a Europa. Al menos uno de ellos apareció (abandonado) en Galicia en 2006.
La lógica es sencilla: construir la versión más extendida se calcula que cuesta a los cárteles entre 1 y 2 millones de dólares, y los beneficios si completa tan sólo un viaje son astronómicos. Típicamente se trata de un barco semisumergible (que no es capaz de navegar del todo bajo el agua), construido en fibra de vidrio con madera o acero, y dotado de motores diesel que respiran a través de un esnórkel. Carente de tanques de lastre o de controles de inmersión, estas naves son capaces de alcanzar unos 6 nudos en superficie, y son muy difíciles de detectar desde un barco. La mayoría de las detecciones se hacen desde el aire, y no siempre hay un buque cerca para proceder a la interceptación.
De entre 10 y 25 metros de eslora suelen contar con tripulaciones de uno a cinco hombres, y aunque sus sistemas internos son precarios suelen disponer de sofisticado equipo de comunicaciones, para escuchar el tráfico militar y policial. Transportan sobre 6-7 toneladas de cocaína que puede llegar a valer 100 millones de dólares en destino. Incluso si sólo uno de cada diez completa un viaje, el coste merece la pena. Para evitar riesgos no se aproximan a la costa a descargar, tarea que se realiza con lanchas rápidas. Y normalmente se hunden una vez utilizados.
Pero esas eran las versiones iniciales. En los últimos años se han descubierto verdaderos submarinos capaces de sumergirse hasta una veintena de metros de profundidad y de operar durante al menos una hora bajo el agua. Esto hace particularmente difícil que sean interceptados, pues hacerlo exige el uso de tácticas de guerra antisubmarina; algo que los patrulleros y guardacostas no están equipados para hacer. Estos submarinos son más grandes, por lo que tienen mayor capacidad de carga, y detalles de su tecnología indica que no se han construido como naves de usar y tirar sino para prestar servicio regular.
Su mayor autonomía los hace candidatos al tráfico transatlántico. Y luego están los ‘torpedos’; submarinos no tripulados cargados de cocaína que van sumergidos a remolque de un pesquero. Si aparece un guardacostas el pesquero corta el cable; el ‘drone’ submarino está programado para esperar un tiempo, emerger por sí mismo y radiar su posición para que otro pesquero lo encuentre y complete la entrega. El 90% de estas operaciones, calculan las fuerzas del orden, se completan sin incidentes. Se estima que en los últimos años por esta vía han podido entrar más de 300 toneladas de cocaína en los EE UU. El negocio es multimillonario, y está controlado por las FARC colombianas y el mexicano Cártel de Sinaloa. Por los resultados está claro que el negocio no se va a detener: habrá narcosubmarinos en los océanos del mundo en los próximos años.
La cuestión es a dónde vamos desde ahí. Patrullar océanos para evitar que submarinos furtivos descarguen material de contrabando no es una tarea sencilla. En las guerras mundiales el defensor contaba con la ventaja de saber lo que buscaba el atacante: a saber, hundir barcos adversarios. Con los narcosubmarinos no es el caso: su objetivo es llegar inadvertidos a la costa en cualquier punto, lo que hace que detectarlos e interceptarlos sea un problema titánico. Los semisumergibles pueden ser localizados desde el aire por aviones de patrulla marítima capaces de cubrir enormes áreas, y una vez localizados su velocidad lenta los hace presas relativamente fáciles. Pero los submarinos son mucho más complicados de cazar: incluso aunque naveguen en superficie la mayor parte del tiempo y puedan ser vistos, su capacidad de desaparecer bajo el agua hace que cuando el barco interceptor llega a la zona no lo encuentre, y tenga que buscarlo a la antigua: a base de sonar. Es una tarea para barcos de guerra, no para guardacostas. De estos no hay tantos, ni son baratos de construir.
Y de todas formas, ¿cuál será el paso siguiente? Si los estados intentan resolver el problema con la marina de guerra, ¿cuánto tiempo tardarán los narcosubmarinos en armarse con torpedos o minas para defenderse? Los actuales buques de guerra están poderosamente armados, pero no son más resistentes a los torpedos que un crucero de la Segunda Guerra Mundial (de los que decenas fueron hundidos por submarinos). Echándole imaginación no es difícil pensar en un narcosubmarino utilizando armas tipo misil de crucero pobre, con aviones sin piloto suicidas. O usando tácticas de ‘manada de lobos’, enviando simultáneamente varios ejemplares para saturar las defensas. Podemos encontrarnos con verdaderas batallas navales entre intereses privados y armadas nacionales, algo que no se veía desde la abolición de la esclavitud y el control de la piratería en el siglo XVIII, pero históricamente muy común.
Y después, ¿qué? Hay zonas de México o Colombia controladas (‘liberadas’) por los narcotraficantes, algunas de las cuales cuentan incluso con primitivas fuerzas blindadas. La compra de aviones para usarlos como transportes, a veces estrellándolos en destino, fue práctica habitual de los cárteles mexicanos hasta que EE UU utilizó sensores militares para controlar su espacio aéreo. Con suficiente dinero y un mercado cuya demanda de drogas siempre crece el cielo es el límite. ¿Es acaso impensable que un cártel de la droga acabe poniendo en órbita su propio satélite de comunicaciones? ¿O que utilice el potencial de la ciberguerra, desatado por EE UU y sus aliados, contra estados? Tal vez la guerra futura tenga menos el aspecto de un conflicto China-EEUU y más el de una guerra de asedio al revés, librada en el mar: miles de submarinos intentando entrar en Occidente, y todo el poderío militar del Primer Mundo intentado impedírselo. Una perfecta ilustración del ‘Mundo Gaza‘, en versión alta tecnología bélica. El recibidor del Infierno.
Imágenes: Wikimedia Commons.
Al fin y al cabo un submarino con apenas un centenar de hombres bien situado y mandado podía enviar (y envió) a pique a un acorazado (o a muchos) tripulado por miles de marineros y que había costado enormes cantidades en dinero y en años de entrenamiento y formación.
Esto, y su característica forma de combatir oculto (al fin y al cabo, la primera nave de guerra ‘stealth’) lo convirtieron en el arma favorita de los estados débiles que querían dejar de serlo, y en poco más que un juguete de piratas para los estados fuertes que querían seguirlo siendo. Pero ¿qué ocurre cuando estas sofisticadas armas de guerra pasan a estar en manos de entidades no estatales? ¿Qué pasa si la guerra submarina se privatiza?
En la Primera Guerra Mundial Alemania amenazó con estrangular al Reino Unido con su uso; en la Segunda casi lo consiguió, aunque quien empleó con mayor acierto el arma submarina fuese EE UU, que eliminó a la flota mercante japonesa y dejó aquel país sin suministros. Durante la Guerra Fría los submarinos se convirtieron en las reinas del tablero de ajedrez mundial; los SSBNs eran el as en la manga, la garantía de que un ataque repentino del otro bando sería aterradoramente vengado, la máquina del fin del mundo que aseguraba la paz. Hoy están entre los barcos de guerra más caros y sofisticados, y sólo un puñado de países pueden permitirse flotas submarinas verdaderamente operativas.
Por todo lo cual resulta más sorprendente que la costa Pacífica de las Américas, el Caribe y cada vez más el Atlántico Norte estén viviendo una nueva guerra submarina. Solo que esta vez el enemigo no son estados, sino organizaciones criminales. La más sofisticada tecnología bélica, antes únicamente al alcance de los más poderosos países, ahora está en manos privadas.
Desde mediados de la última década del siglo XX cada año los Guardacostas de los EE UU y las marinas de guerra de Colombia y México interceptan cada año decenas de vehículos submarinos y semisumergibles en aguas del Pacífico, en las rutas que conectan las selvas colombianas con los atractivos mercados de cocaína de los EE UU. Pero eso no es lo peor: según estimaciones oficiales estadounidenses se interceptan menos de una décima parte de las naves detectadas, por falta de barcos que procedan a la captura. Lo cual supone que hoy centenares de sumergibles hacen esa ruta, cargados por término medio (en los ejemplos capturados) con alrededor de 6-7 toneladas de cocaína cada uno, aparentemente el punto óptimo de coste/beneficio teniendo el cuenta el riesgo de abordaje. Que la mayor parte de las veces conlleva la pérdida de la carga completa, puesto que los tripulantes hunden el navío (y con él, las pruebas de su delito).
Si comparamos por números, la flota submarina de los cárteles del narcotráfico gana por goleada a cualquiera de las demás: los EE UU tienen alrededor de 70 submarinos operativos (nucleares todos ellos); Rusia, alrededor de 65, de los cuales sólo 40 están operativos (24 nucleares), y China, unos 70 (18 nucleares). Aunque los submarinos de los narcotraficantes tienen prestaciones muy inferiores a las de los buques de guerra más simples, su tarea también es mucho más sencilla. Y deben estar funcionando tan bien que su zona de actuación se está extendiendo: el Caribe está repleto. Y ya ha habido al menos intentos de hacer cruces transatlánticos, con destino a Europa. Al menos uno de ellos apareció (abandonado) en Galicia en 2006.
La lógica es sencilla: construir la versión más extendida se calcula que cuesta a los cárteles entre 1 y 2 millones de dólares, y los beneficios si completa tan sólo un viaje son astronómicos. Típicamente se trata de un barco semisumergible (que no es capaz de navegar del todo bajo el agua), construido en fibra de vidrio con madera o acero, y dotado de motores diesel que respiran a través de un esnórkel. Carente de tanques de lastre o de controles de inmersión, estas naves son capaces de alcanzar unos 6 nudos en superficie, y son muy difíciles de detectar desde un barco. La mayoría de las detecciones se hacen desde el aire, y no siempre hay un buque cerca para proceder a la interceptación.
De entre 10 y 25 metros de eslora suelen contar con tripulaciones de uno a cinco hombres, y aunque sus sistemas internos son precarios suelen disponer de sofisticado equipo de comunicaciones, para escuchar el tráfico militar y policial. Transportan sobre 6-7 toneladas de cocaína que puede llegar a valer 100 millones de dólares en destino. Incluso si sólo uno de cada diez completa un viaje, el coste merece la pena. Para evitar riesgos no se aproximan a la costa a descargar, tarea que se realiza con lanchas rápidas. Y normalmente se hunden una vez utilizados.
Pero esas eran las versiones iniciales. En los últimos años se han descubierto verdaderos submarinos capaces de sumergirse hasta una veintena de metros de profundidad y de operar durante al menos una hora bajo el agua. Esto hace particularmente difícil que sean interceptados, pues hacerlo exige el uso de tácticas de guerra antisubmarina; algo que los patrulleros y guardacostas no están equipados para hacer. Estos submarinos son más grandes, por lo que tienen mayor capacidad de carga, y detalles de su tecnología indica que no se han construido como naves de usar y tirar sino para prestar servicio regular.
Su mayor autonomía los hace candidatos al tráfico transatlántico. Y luego están los ‘torpedos’; submarinos no tripulados cargados de cocaína que van sumergidos a remolque de un pesquero. Si aparece un guardacostas el pesquero corta el cable; el ‘drone’ submarino está programado para esperar un tiempo, emerger por sí mismo y radiar su posición para que otro pesquero lo encuentre y complete la entrega. El 90% de estas operaciones, calculan las fuerzas del orden, se completan sin incidentes. Se estima que en los últimos años por esta vía han podido entrar más de 300 toneladas de cocaína en los EE UU. El negocio es multimillonario, y está controlado por las FARC colombianas y el mexicano Cártel de Sinaloa. Por los resultados está claro que el negocio no se va a detener: habrá narcosubmarinos en los océanos del mundo en los próximos años.
La cuestión es a dónde vamos desde ahí. Patrullar océanos para evitar que submarinos furtivos descarguen material de contrabando no es una tarea sencilla. En las guerras mundiales el defensor contaba con la ventaja de saber lo que buscaba el atacante: a saber, hundir barcos adversarios. Con los narcosubmarinos no es el caso: su objetivo es llegar inadvertidos a la costa en cualquier punto, lo que hace que detectarlos e interceptarlos sea un problema titánico. Los semisumergibles pueden ser localizados desde el aire por aviones de patrulla marítima capaces de cubrir enormes áreas, y una vez localizados su velocidad lenta los hace presas relativamente fáciles. Pero los submarinos son mucho más complicados de cazar: incluso aunque naveguen en superficie la mayor parte del tiempo y puedan ser vistos, su capacidad de desaparecer bajo el agua hace que cuando el barco interceptor llega a la zona no lo encuentre, y tenga que buscarlo a la antigua: a base de sonar. Es una tarea para barcos de guerra, no para guardacostas. De estos no hay tantos, ni son baratos de construir.
Y de todas formas, ¿cuál será el paso siguiente? Si los estados intentan resolver el problema con la marina de guerra, ¿cuánto tiempo tardarán los narcosubmarinos en armarse con torpedos o minas para defenderse? Los actuales buques de guerra están poderosamente armados, pero no son más resistentes a los torpedos que un crucero de la Segunda Guerra Mundial (de los que decenas fueron hundidos por submarinos). Echándole imaginación no es difícil pensar en un narcosubmarino utilizando armas tipo misil de crucero pobre, con aviones sin piloto suicidas. O usando tácticas de ‘manada de lobos’, enviando simultáneamente varios ejemplares para saturar las defensas. Podemos encontrarnos con verdaderas batallas navales entre intereses privados y armadas nacionales, algo que no se veía desde la abolición de la esclavitud y el control de la piratería en el siglo XVIII, pero históricamente muy común.
Y después, ¿qué? Hay zonas de México o Colombia controladas (‘liberadas’) por los narcotraficantes, algunas de las cuales cuentan incluso con primitivas fuerzas blindadas. La compra de aviones para usarlos como transportes, a veces estrellándolos en destino, fue práctica habitual de los cárteles mexicanos hasta que EE UU utilizó sensores militares para controlar su espacio aéreo. Con suficiente dinero y un mercado cuya demanda de drogas siempre crece el cielo es el límite. ¿Es acaso impensable que un cártel de la droga acabe poniendo en órbita su propio satélite de comunicaciones? ¿O que utilice el potencial de la ciberguerra, desatado por EE UU y sus aliados, contra estados? Tal vez la guerra futura tenga menos el aspecto de un conflicto China-EEUU y más el de una guerra de asedio al revés, librada en el mar: miles de submarinos intentando entrar en Occidente, y todo el poderío militar del Primer Mundo intentado impedírselo. Una perfecta ilustración del ‘Mundo Gaza‘, en versión alta tecnología bélica. El recibidor del Infierno.
Imágenes: Wikimedia Commons.
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